Recibimos y publicamos este artículo escrito por Camilla Fatticcioni, autora del blog «Per Quel Che Ne So Io«.
La historia de cómo llegó el budismo a la región de Gansu
Siempre me han fascinado las historias de El Millón de Marco Polo, sus aventuras a lo largo de la histórica Ruta de la Seda que atravesaba toda Asia hasta llegar a China, un país en ese momento desconocido para los occidentales y del cual solo se conocían leyendas. Nunca habría imaginado que acabaría en los lugares que fueron el escenario principal de este largo camino que los comerciantes han recorrido durante siglos, a menudo arriesgando sus vidas.
Viví durante un año en la ciudad de Lanzhou, capital de la región de Gansu y metrópolis en crecimiento. Hoy emergen rascacielos que proliferan a lo largo de la orilla del río Amarillo, el principal río de la China septentrional que hace mucho tiempo fue el escenario mítico de esas historias legendarias que se contaban sobre la Ruta de La Seda.
Marco Polo pasó por Lanzhou, y también paró en Zhangye y Dunhuang, otras dos grandes ciudades de esta árida región de China al noroeste.
A lo largo de la ruta de la seda no sólo viajaban bienes valiosos, tales como seda, piedras preciosas y especias, sino también ideas, culturas y religiones diferentes: los monjes budistas de la India atravesaron los mismos caminos trazados por las caravanas de comerciantes, trayendo con ellos figurillas y amuletos, objetos y símbolos que pronto se convirtieron en el primer medio de difusión de la religión budista en China.
Esta religión de procedencia lejana echó raíces en China, tomando lentamente una nueva forma de interpretación y fusionándose con su cultura.
La ruta de la seda, como un río en crecida, dejó huella de su paso y el budismo hizo crecer sus brotes a lo largo de esta ruta comercial. Así es como algunos escenarios áridos se convirtieron en la cuna de esta religión en China con la construcción de numerosas grutas empleadas para el culto y la oración de la religión budista. Este tipo de cuevas fueron excavadas en la roca y se erigieron como lugar de oración para los monjes y fieles que viajaban en peregrinación por la Ruta de la Seda.
Mogao es uno de los ejemplos más famosos e importantes de este tipo de cuevas, pero, sin alejarnos demasiado de Lanzhou, podemos descubrir un lugar menos conocido para los occidentales, pero no menos impresionante: las grutas Bingling.
Binglingsi (炳灵寺), cuyo nombre literalmente significa “grutas de los mil Budas”, es un complejo de cuevas ubicado a unos 80 kilómetros de Lanzhou, cerca de una pequeña ciudad llamada Liujiaxia.
Se compone de 34 cuevas y 149 nichos para la meditación privada, pero es especialmente famoso por la estatua gigante de Buda Maitreya, es decir, Buda del Futuro, que domina todo el complejo, con una altura de 27 metros.
Las primeras obras de Bingling datan, según una inscripción encontrada en el interior de una de las cuevas, del 420, es decir, los años en que China estaba pasando por un período difícil de división y guerra, conocido como “El Medievo chino”.
En esos años de agitación política e ideológica, el confucianismo, que hasta entonces había sido la ideología política dominante en China, cedió ante una religión procedente de la India, el budismo.
El budismo se presentó como la nueva fe, abierto a las masas y no sólo a la élite de escritores y pronto encontró el consentimiento de los gobernantes que aceptaron la nueva religión, encontrando en ella una nueva ideología útil para su futuro político.
Las obras de Bingling continuaron durante años, con la construcción de nuevas cuevas y la restauración de las antiguas, deteniéndose en la dinastía Qing (1644-1911), y siendo redescubiertas en 1969.
Estas cuevas están excavadas en un cañón que corre a lo largo del río Amarillo, y actualmente están aisladas del caos de la metrópolis china emergente y solo se puede acceder por agua.
Viaje hacia Bingling
Mi aventura en Bingling comenzó una mañana de finales de septiembre, cuando improvisé un viaje de un día con la poca información que había encontrado en Internet sobre este lugar.
Tras tomar un autobús a las seis de la mañana, en la estación oeste de Lanzhou (el billete para un viaje de dos horas y media me costó 20 Yuan), llegué confusa y con ojos somnolientos a la estación de autobuses de Liujiaxia donde ni siquiera tuve tiempo de preguntarme cómo llegar a Bingling porque, incluso antes de bajar del autobús, muchas personas entraron en el vehículo ofreciendo transporte a los pasajeros para llegar a las grutas budistas.
En ese momento, mi chino aún dejaba un poco que desear, pero cuando se trata de negociar un precio, no existe la barrera del idioma. Me uní a un grupo de chinos y, por 500 Yuan para un grupo de 5-6 personas, me ofrecieron el transporte en automóvil hasta la lancha y el viaje en lancha motora, ida y vuelta.
Al subir al coche, la señora al volante demostró ser muy imprudente al adelantar a todos los coches en las curvas a toda velocidad, lo que me hizo sufrir varios infartos. Aun así, el viaje en automóvil fue agradable pues pude admirar el paisaje circundante: cruzamos un terreno árido en el extrarradio con varias casuchas, muchas de las cuales no tenían agua ni electricidad; vimos pastores con cabras y campesinos que trabajaban en terrenos secos y miraban con curiosidad el automóvil que pasaba a toda velocidad, cubriendo sus ojos del sol y el polvo que levantaba el vehículo.
Cuando llegué a la embarcación, me encontré frente a un paisaje compuesto de afiladas rocas rojizas salpicadas aquí y allá por arbustos verdes. La lancha era tan pequeña en comparación con el río que no dudé un instante en ponerme el chaleco salvavidas.
El trayecto en el agua duró unos veinte minutos, pero se me pasaron volando, ya que estaba encantada con el paisaje circundante: el cañón rojizo que corre a lo largo del río Amarillo en esta zona ofrece un paisaje único, que parece sacado de una película del espacio. La lancha motora subía y bajaba contra la corriente del río, y entre salpicaduras de agua y una ligera náusea llegamos al fin a las grutas.
Nada más poner pie en tierra, se me acercaron varios vendedores, probablemente porque era una de las pocas caras occidentales en aquel lugar perdido en la nada.
Vendían diversos amuletos budistas, collares, pulseras o las típicas patatas de esta región cocinadas al fuego. Además de esos pocos vendedores y las personas que trabajaban en la taquilla, el lugar estaba completamente deshabitado y no era turístico, algo digno de agradecer en China, donde cualquier lugar con algo interesante que visitar se está convirtiendo en una especie de Disneylandia.
Compré la entrada por 50 Yuan y pude al fin admirar la enorme estatua del Buda Maitreya, que observa el río Amarillo con ojos almendrados y expresión impasible, como si estuviera absorto en la meditación contemplando la maravillosa naturaleza. Es una de las estatuas de Buda más grandes que quedan en China, y al haber sido erigida durante la dinastía Tang (618-907), cuando el arte budista alcanzó su apogeo, es una verdadera obra maestra.
Desde la distancia, la pared rocosa dominada por el gigantesco Buda Maitreya parece una colmena debido a sus numerosas cuevas, conectadas entre sí por precarias escaleras de madera.
No se pueden visitar todas las grutas del complejo sin un permiso especial, por lo que me limité a entrar en las inferiores para ver algunas pinturas murales parcialmente intactas con colores que en su día debieron ser muy brillantes para ofrecer el ambiente adecuado para la oración y la meditación a los monjes y fieles.
Las grutas son un auténtico mapa temporal que describe la evolución del arte budista desde el principio y, por tanto, presenta fuertes influencias procedentes de la India. El arte budista más tarde, a lo largo de los siglos, sufrió una fuerte sinicización de sus contenidos, convirtiéndose en una parte integral de la cultura china.
Al desplazarme entre las rocas de este lugar inmerso en el silencio de la naturaleza, percibí la antigua sacralidad que conserva en la actualidad. Tal vez por eso, caminar por Bingling me resultó muy agradable, tanto por la atmósfera sagrada de este lugar de culto que se ha mantenido sin perturbaciones durante años, como por la naturaleza que aún hoy parece intacta, ajena a la modernidad.
Es extraño pensar que Bingling, que hoy parece olvidada, fue en su día parte de una ruta comercial muy transitada y un importante lugar de culto para el budismo.
Conclusión
Cuando llegué a Gansu por primera vez, pensé que no había nada que ver y lamenté no haber ido a Beijing o a Shanghai como habían hecho mis antiguos compañeros de clase, pero tardé poco en cambiar de opinión: Gansu tiene mucho que contar y una de esas historias es la de las grutas de Bingling.
Photo Credits: Photos by Camilla Fatticcioni