Si estás pensando en visitar China durante las principales vacaciones chinas, párate un momento a pensar.
¿Estás seguro de que viajar junto a casi mil millones y medio de chinos y varias decenas de miles de extranjeros es la opción correcta?
Te contaré una historia.
Xi’an y el ejército de automóviles
Estaba en China desde hacía poco más de un mes. Era mi primera vez allí y no veía la hora de viajar a todas partes. Ver Xi’an con su ejército de terracota (considerado por muchos la octava maravilla del mundo) había sido siempre uno de mis sueños… hasta que se convirtió en pesadilla.
Xi’an es la capital de la Provincia de Shaanxi, y una de las ciudades históricas de China que se llamó en su día Chang’an, literalmente «Paz Perpetua», de gran belleza (según dicen).
Estas simples razones fueron más que suficientes para hacer de Xi’an el destino perfecto para nuestra primera Golden Week.
Como ya he dicho, llevaba en China poco más de un mes. Había llegado a finales de agosto para asistir a un curso de chino en Beijing y la primera ocasión para ir de vacaciones era la famosa Golden Week (del 1 al 8 de octubre), que todos esperaban con impaciencia, Taobao incluido.
Aquel año (2017), la Golden Week, además de las vacaciones por la fiesta nacional china, también incluía el Festival del medio otoño. Decidimos, por tanto, ir en un viaje organizado.
No hubo mayor error.
Costaba poco, incluía dos noches de hotel, entrada al mausoleo de Qin Shi Huangdi y entrada al Monte Hua, una de las montañas sagradas chinas, además del viaje de regreso en autobús.
No vimos nada extraño, sabíamos que probablemente habría algo de tráfico, pero nos aseguraron que todo estaba calculado en la hoja de ruta. Las quince horas de viaje no suponían un problema, ya que íbamos por la noche y dormiríamos tranquilamente en el camino.
Pero veintitrés horas a paso de tortuga son otra cosa.
Salir de Beijing ya resultó un desafío. Tras casi dos horas y media, dejamos al fin la capital atrás. Solo quedaban trece horas de viaje para poder fotografiar el ejército de terracota. O eso creía yo.
Nunca había viajado tan despacio en mi vida, había colas interminables de automóviles, autobuses, camiones y carros. Toda la población en la carretera para disfrutar de las bien merecidas vacaciones en la misma semana, la que yo había elegido para mis primeras vacaciones en China. Cuando pasamos de treinta a cincuenta kilómetros por hora, un rayo de esperanza llenó nuestros ojos, haciéndonos creer que a partir de ese momento ya no viajaríamos a cámara lenta.
Llegamos veintitrés horas más tarde, con los huesos doloridos del viaje. El sueño estaba a punto de hacerse realidad, ya me había olvidado del viaje que acababa de terminar para admirar con calma la octava maravilla del mundo.
Llegamos a treinta minutos de la hora de cierre.
Lo único que quería visitar de verdad, lo vi a la carrera. Vi aquel enorme ejército de terracota con caballos a tamaño real para proteger al emperador amarillo aprisa y corriendo. No podía esperar para volver al hotel y ver la ciudad de noche.
O no.
Había demasiado tráfico para llegar a tiempo al hotel y estaba demasiado cansado para salir por la noche. Ah… de camino al hotel, hubo una pausa de veinte minutos para ver la pagoda en el centro de la ciudad. La vi de lejos. Había demasiada gente para acercarse.
Tomar el tren de alta velocidad habría sido la mejor opción para cubrir esa distancia, pero nos hubiéramos encontrado con la misma multitud de personas al llegar. No ya un ejército de automóviles, sino de carne y hueso.
El Monte Hua y la espera del teleférico
La cama cómoda y la posibilidad de descansar me hicieron «olvidar» el día anterior y el ejército de automóviles. Ahora era el momento de subir al Monte Hua. Las vacaciones aún podían salvarse.
Llegamos temprano y estaba lloviendo. No importaba, dos gotas no nos detendrían. Entramos inmediatamente y tomamos el teleférico sin problemas.
Tal vez porque aún era temprano o porque estaba nublado, el hecho es que no había mucha gente. Nos pareció increíble. Las vacaciones iban a terminar “bien”.
Después de un día subiendo escaleras y comiendo roujiamo, esos magníficos sándwiches de carne típicos de la zona, el cielo hizo acto de presencia. La niebla se disipó y pudimos admirar la belleza de aquellos picos montañosos, disfrutando de las vistas y el aire puro (recuerda que veníamos de Beijing).
Un hermoso día rodeado de naturaleza, como a mí me gusta. Aquella felicidad, sin embargo, no me permitió darme cuenta de un pequeño detalle. Con el paso de las horas y las nubes, los “amantes” de la naturaleza aumentaron drásticamente. Fui consciente de ello cuando nos dirigíamos al teleférico para bajar al valle e ir a la fiesta organizada por el hotel. Nos pusimos en la cola con paciencia, pensando que esperaríamos una hora como máximo para tomar el teleférico.
Cuando abrieron las puertas, un ejército armado con fideos instantáneos estaba listo para cargar. No podíamos hacer otra cosa que seguir la ola y tratar de mantenernos al menos en la cresta para respirar un poco, como auténticos surfistas.
A pasos diminutos como granos de arroz, llegamos a la mitad. Ya conocíamos a nuestros compañeros de cola, siempre atentos a no dejarse robar esos cinco centímetros conquistados a empujones. La agitación era palpable y el nerviosismo desencadenó una pelea entre los chinos de alante. Increíble.
Cinco horas más tarde, aún estábamos a doscientos metros de nuestro turno. Una pesadilla No podíamos soportarlo más. Al fin, llegamos a la puerta del teleférico casi por inercia, ni siquiera nos dimos cuenta.
Llegamos al hotel, nos duchamos, dormimos y estuvimos listos para el viaje de regreso. Quince horas esta vez.
Había estado esperando esas vacaciones durante años y se habían convertido en una pesadilla.
Viajar durante las vacaciones chinas, como el Día Nacional o el Año Nuevo Chino, implica armarse de paciencia, calcular dos o tres días más y, sobre todo, tratar con toda una población que visita los lugares más famosos, las grandes ciudades y los grandes parques.
Tal vez el tren de alta velocidad podría haber ayudado, un avión habría sido mejor, pero la multitud de personas en la entrada a los sitios es inevitable y hace que, aparte de tener que esperar mucho más tiempo del planeado para acceder a los lugares de interés, no disfrutes lo que has venido a visitar, tal vez incluso desde muy lejos.
Tomar una simple fotografía se convierte en una empresa titánica. Los mejores momentos para viajar a China son durante las vacaciones, pero las nuestras. La Navidad y la Pascua son perfectas, pero eso implica perder días de estudio o trabajo.
A veces se pueden hacer sacrificios, siempre y cuando no pases el día en un autobús de dos plantas que avanza a paso de tortuga.
Biografia
Me llamo Manuel y tengo 24 años. Soy un apasionado del idioma chino, los libros y la traducción editorial. He pasado los últimos ocho meses en China estudiando en la Universidad Tsinghua de Beijing y haciendo prácticas en el Consulado General de Italia en Chongqing. Me encanta viajar a todas partes, pero Asia tiene prioridad. Me puedes encontrar en Linkedin.
Photo Credits: Photos by Manuel Recchia
no era el momento para viajar dentro de china, sino de aprovechar la ciudad vacia para poder ver mejor la ciudad prohibida, muro, etc.
Para visitar las zonas residenciales si que están vacías, la ciudad prohibida y otros lugares turísticos estan llenos de gente esta semana