La semana de la fiesta nacional china se llama 黄金周, o Golden Week: el 1 de octubre en China se celebra el aniversario del nacimiento de la República Popular China y esa fecha es seguida por una semana completa de vacaciones en la que cierran las escuelas y oficinas y solo los restaurantes y hoteles deben trabajar arduamente estos días que más que “de oro”, yo llamaría “de fuego”.
En mi tercera Golden Week en China, ya sé que es mejor evitar las zonas más turísticas o las grandes ciudades, así como las estaciones de tren o los aeropuertos. Un simple viaje fuera de la ciudad puede convertirse en un auténtico calvario.
Todos los chinos parecen aprovechar esta semana de vacaciones para hacer un viaje con su familia o volver a casa para visitar a sus padres o familiares: y así es como mi primer año en China me arrepentí de haber elegido esa semana de vacaciones en la universidad para ir a Beijing, viajando durante casi 30 horas en un tren abarrotado, sucio y sin lugar para sentarse, y sin poder visitar siquiera la Ciudad Prohibida porque las entradas se habían agotado a las 9 de la mañana.
Moviéndome a ritmo de procesión en una plaza de Tiananmen llena de turistas chinos armados con smartphones y cámaras, me prometí que nunca más volvería a viajar durante las vacaciones chinas, aunque tuviera que recluirme en mi habitación del campus.
Este año, queriendo aprovechar estos días libres y aún cálidos a principios de otoño decidí optar por un destino no turístico, o al menos no interesante para el turista chino medio al que le encanta hacer cola y sudar para hacerse un selfie en la Gran Muralla.
La región de Zhejiang se caracteriza por un paisaje montañoso rodeado de exuberante naturaleza verde que se asemeja a la de los famosos cuadros de paisajes chinos. Después de leer sobre paisajes interesantes en esta región, algunos amigos chinos me recomendaron visitar zonas rurales de gran belleza y opté por ir a Tonglu. Tonglu es una provincia al noroeste de la región de Zhejiang y a unos 80 km de Hangzhou.
Mi aventura hacia Tonglu comenzó el uno de octubre cuando, junto con otros amigos, montamos en un autobús que sale diariamente con ruta entre Tonglu y Hangzhou. Es posible tomar el autobús a Tonglu desde la estación de tren sur de Hangzhou, que estaba llena de personas con maletas y equipaje el 1 de octubre y el día anterior.
El viaje en autobús duró más de lo esperado debido al intenso tráfico provocado por el tremendo éxodo chino por la fiesta nacional. Después de 4 horas llegué muy hambrienta a Tonglu, y fui recibida por vendedores ambulantes de comida que rodeaban la zona cercana a la estación, conscientes de encontrar viajeros cansados y con el estómago revuelto.
Mi viaje aún no había terminado porque había reservado un hotel en la periferia, uno de los pocos en la zona que aceptaba alojar a extranjeros. Por lo visto, para alojar huéspedes internacionales en un hotel se necesita un certificado especial del Gobierno chino.
El hotel elegido estaba a las afueras de la ciudad de Tonglu, que parecía extrañamente desierta en una fecha tan importante para China. Se hallaba en un pequeño pueblo rural alejado del caos y la modernidad, por lo que la llegada de rostros occidentales fue recibida con curiosidad y asombro.
En pocas horas, el vecindario se dio cuenta de la llegada de un grupo de valientes 外国人, es decir, extranjeros. Para registrarme en el hotel, que era muy viejo y no lo que se dice limpio, tardé casi más de una hora porque la agradable señora de recepción tuvo algunas dificultades para escribir mi nombre y los datos de mi pasaporte en el ordenador, pues no estaba acostumbrada a ver documentos distintos a los chinos.
Mi primer día en Tonglu pasó muy rápido entre el viaje y el registro en el hotel. El cielo ya se había oscurecido y se acercaba la hora de cenar. En un ambiente muy acogedor, mis amigos y yo nos sentamos en uno de los muchos restaurantes de la zona, en taburetes en la calle frente a una mesa destartalada con algunos de mis platos favoritos, como berenjenas agridulces y tofu picante, todo acompañado por un buen tazón de arroz y las miradas de los transeúntes curiosos.
A la mañana siguiente, el ambiente era totalmente diferente y frente a la entrada del hotel había un gran mercado de frutas y verduras, señores montados en los típicos rickshaw y ancianas sentadas en la calle vendiendo los productos de su jardín. La vida seguía su caos apacible, y tuve la sensación de estar fuera de lugar en aquella rutina tradicional.
Tras un buen desayuno con bollos al vapor y raviolis fritos servidos por un sonriente señor en la calle, mis amigos y yo estábamos listos para iniciar el viaje a la montaña que habíamos planeado para ese día. Uno de los destinos más turísticos de la ciudad de Tonglu es precisamente el Parque Forestal Nacional de Dajishan, un agradable sendero de montaña rodeado de arroyos de aguas cristalinas y arbustos verdes en una atmósfera casi de cuento de hadas.
Llegar al parque es muy sencillo porque está bien conectado con casi todos los autobuses y el viaje en taxi desde cualquier zona de la ciudad no es nada caro. Para ser temporada alta, el parque no estaba muy lleno y el paseo por la montaña fue agradable a pesar de algunos atascos en las zonas más estrechas o difíciles de atravesar para ir a alguno de los restaurantes que se encuentran a lo largo de la ruta donde sirven platos turísticos como arroz cocido en bambú, siempre delicioso pese a ser un cliché aquí en China.
La naturaleza a los pies del monte Daqi es exuberante, con aire limpio y agua tan cristalina que dan ganas de darse un baño si no estuviera prohibido. El recorrido se realiza en medio día, y el pequeño picnic al pie de una pequeña cascada fue la parte más bonita, inmersos en la naturaleza y fotografiada por los chinos como si fuera un panda comiendo bambú: creo que para ellos ir a mi encuentro fue el principal atractivo del día.
El resto de la jornada dimos un paseo por la ciudad de Tonglu. Tranquila, verde y completamente desierta, tuve la impresión de estar en una ciudad fantasma. No había muchos coches y los apartamentos y las tiendas parecían desiertos, como si todos hubieran escapado a otros lugares con motivo de la fiesta. El día terminó lentamente a la orilla del río Fuchun, que cruza la ciudad, admirando una hermosa puesta de sol, entre charlas y bebiendo una cerveza china que parece más agua con gas que una bebida alcohólica.
El último día en Tonglu, antes de tomar el autobús de regreso a Hangzhou, fue una verdadera aventura: después de una noche de karaoke, conocida en China como KTV y una de las pocas cosas que se podía hacer por la noche en Tonglu, hicimos amistad con los propietarios que, tras habernos ofrecido incontables cajas de cerveza y una velada basada en canciones antiguas de Britney Spears y alguna canción china mal pronunciada, nos ofrecieron ir a una excursión de montaña con ellos.
Y así fue como por la mañana, tras escasas horas de sueño, seguimos a nuestros improvisados guías chinos a una de las montañas cerca de nuestro hotel: lo que se suponía que iba a ser una caminata tranquila se convirtió en una verdadera escalada en terrenos no muy transitados.
La vista al final de la interminable escalada en plena naturaleza fue espectacular. Entre los árboles pudimos vislumbrar el río Fuchun que cruza las verdes montañas en un paisaje que parecía pintado con acuarelas de lo delicado que era.
Desde la montaña se veía una de las atracciones turísticas que desafortunadamente no pudimos visitar durante nuestra estancia porque era demasiado cara para nuestro presupuesto: un viaje en barco a lo largo del río Fuchun hasta un pequeño templo budista (el viaje en barco cuesta unos 200 Yuan, no demasiado para los estándares occidentales, pero sí para los estudiantes que viven en China con una beca).
El viaje a Tonglu me ha recordado que aún existe una China auténtica. Tal vez no sea una de las atracciones turísticas por excelencia en Zhejiang, pero supone una experiencia diferente y alejada de muchos lugares turísticos llenos de gente, que se asemejan más a parques de atracciones que a lugares culturales o yacimientos arqueológicos.
Photo Credits: Photos by Camilla Fatticcioni