Zhang Xi, un chico procedente de Hohhot, capital de Mongolia Interior, llegó a Beijing hace tres años y desde entonces ha vivido siempre en una habitación construida en el interior de un sótano en las afueras de la ciudad.
El joven Xi, graduado en teatro y artes escénicas, se ve obligado a trabajar como vendedor ambulante y rara vez consigue trabajo como extra en algún espectáculo de menor importancia. Xi es sólo uno entre los cientos de miles, o incluso millones de inmigrantes procedentes de toda China que viven bajo tierra, a pocos metros de distancia de una Beijing en rápido desarrollo. Esta población subterránea ha sido denominada “la Tribu de las Ratas” (鼠族).
Estos alojamientos subterráneos deben su existencia a dos importantes acontecimientos históricos. El primero es la Guerra Fría, cuando, en medio de la confrontación ideológica entre China y la Unión Soviética por la supremacía en el Bloque del Este, Mao ordenó la construcción de túneles subterráneos para proteger a la población de los ataques aéreos rusos. En este período, 300.000 personas participaron en la campaña y se construyeron 20.000 refugios subterráneos.
Tras la muerte de Mao y el ascenso de Deng Xiaoping al frente de China, se comercializaron los refugios subterráneos; a principios de los años ochenta en Beijing hubo 800 hoteles subterráneos, así como supermercados y cines. A partir de los años noventa surgieron númerosos agentes inmobiliarios que comenzaron a alquilar estos espacios, dando inicio a un auténtico negocio inmobiliario.
El segundo acontecimiento fue el proceso de urbanización promovido por el gobierno central, que provocó el crecimiento anormal de residentes en las urbes. Beijing pasó de 9 millones de habitantes en 1995 a 21 millones en 2013, de los cuales 8 son inmigrantes. Este fenómeno incrementó la demanda de viviendas de bajo coste, especialmente debido a que los inmigrantes sin permiso de residencia en el lugar («hukou» en chino), no tenían permiso legal para establecerse en la ciudad.
Como muchos otros inmigrantes, Zhang Xi no puede permitirse un alojamiento mejor y, al mismo tiempo, no quiere depender de sus padres que se encuentran en graves dificultades económicas. Aún viviendo al límite de lo soportable, Xi parece feliz con su vida y está convencido de que todos estos sacrificios son el precio a pagar para cumplir su sueño: ser actor en una pequeña compañía teatral y ganar dinero suficiente al mes para llevar una vida digna.
Sin embargo, vivir en Beijing sigue siendo casi imposible para personas como Xi. Muchos residentes en la ciudad no toleran a los inmigrantes, que a menudo son tratados con desprecio y hostilidad. A diferencia de los jóvenes de clase media de Beijing, los inmigrantes se ven obligados a hacer frente a continuas dificultades para ganar algo de dinero y cumplir sus sueños. La vida en Beijing y en el resto de grandes ciudades chinas es extremadamente difícil para ellos. De hecho, carecen de cualquier tipo de asistencia social y no tienen a quién recurrir.
El futuro de la «Tribu de las Ratas» es incierto. Si en los años noventa el gobierno reconoció el potencial de una ciudad subterránea que podría dar cabida a la población inmigrante, su postura cambió drásticamente a partir de 2010. Cada año el gobierno aumenta los controles y endurece la normativa reguladora de las habitaciones de la Beijing subterránea, por lo que el número de inmigrantes desalojados va en aumento. El futuro de Xi y su «tribu» está por ver, pero no parece prometedor.
La historia de Zhang Xi es la historia de un sueño, que no ha sido empañado por las muchas dificultades que la vida le ha presentado. El gobierno chino ha mejorado gradualmente las condiciones de vida de millones de inmigrantes en toda China, pero el camino para reactivar la existencia de cientos de millones de personas es aún largo y empinado.
La reducción de las restricciones para obtener el permiso de residencia, así como la mejora de todas las formas de protección social y las normas de seguridad que facilitan la integración de los inmigrantes en las ciudades son un primer paso vital para el futuro de millones de personas. El proceso no será fácil ni rápido, pero es necesario tanto para la existencia del Partido Comunista de China como para un futuro próspero del país.
El proceso de urbanización que comenzó en China hace décadas creó, por una parte, una sociedad moderna, centrada en las ciudades y empleada en sectores distintos a la agricultura, pero, por otro lado, no se ha promovido un sistema de integración efectivo para todos los recién llegados, así como oportunidades de trabajo concretas en la nueva realidad urbana.
Millones de personas, reacias a vivir en las nuevas ciudades surgidas al oeste de China, emigran a las zonas costeras más modernas y avanzadas. Las principales, como Beijing, Shanghái, Guangzhou o Shenzhen, se encuentran saturadas debido a la población creciente y a la falta de instalaciones adecuadas para dar cabida a los nuevos ciudadanos.
Una posible alternativa sería la revitalización de las zonas internas mediante la inversión nacional y gracias a la canalización de inversión extranjera directa (IED) en la parte oeste del país.
Proyectos como “One Belt, One Road” pueden tener un gran impacto en el mercado laboral, promoviendo el crecimiento de todas las zonas incluidas en el proyecto. Al mismo tiempo, el gobierno tendrá la tarea de reforzar la lucha contra la corrupción a fin de reducir el número de funcionarios corruptos, y promover mejor las políticas centrales, que encontrarán menos obstáculos en su aplicación en el ámbito local.
Zhang Xi, junto con millones de hombres y mujeres como él, pertenece a una nueva generación de inmigrantes, que son conscientes de las injusticias sociales a las que se enfrentan cada día, están conectados a través de los modernos medios de comunicación y, en el futuro, harán demandas más insistentes y exigentes. Conocer estos problemas sociales debería ser una de las prioridades principales del gobierno chino para lograr la creación de una sociedad armoniosa.