«…y todo empezó cuando el cerdo comenzó a comerse a sí mismo.»
Una metáfora económica de la China moderna.
Viajaba por las remotas montañas de Yunnan. En aquella ocasión a lomos de un motor de carne, huesos y puro sudor. Iba junto a un guía local y una familia de nómadas modernos.
Fue en la primavera de 2007. En Lijiang había conocido a Pana y Haydeh que, con dos hijos, querían hacer un viaje para prepararse para ir a Mongolia a caballo ese mismo verano. Yo, que tenía experiencia viajando a Mongolia con los caballos que me había comprado, me propuse acompañarlos. Me parecía una idea maravillosa frente a todos esos amigos que hacen de tener hijos una excusa para no viajar más. Sí, se puede viajar en familia y sin mucho dinero.
Es cierto que con dos niños, no se avanza rápido. El recién nacido, llamado Nugaj como un príncipe mongol, no hacía más que berrear sus orígenes guerreros y las paradas para apaciguarlo y calmar su desesperación eran frecuentes. El otro hijo de cuatro años se mostraba cada vez más impaciente: su caballo estaba bajo el ojo vigilante del guía, que estaba molesto porque no podía ir todo lo rápido que esperaba. No había hecho buen negocio con aquellas personas que ni siquiera hablaban mandarín.
Estaba allí para embolsarse el dinero del trabajo y quería terminar cuanto antes. Por ello, antes de partir se unió al grupo un campesino que, por lo que dio a entender el guía, lo ayudaría a traer de vuelta los caballos: todo a cuenta suya.
Habíamos partido de Baoshan, un pintoresco pueblo situado en un acantilado, que unos años más tarde se hizo conocido al servir de ambientación a una película china de autor y nos dirigimos al Lago Lugu, famoso por ser una de las pocas zonas de China donde aún impera el matriarcado.
Optamos por aquellos caminos de tierra roja que conectan las aldeas perdidas de esta zona remota para no asustar a los caballos con el bullicio de las nuevas ciudades de hormigón y neón. Una elección que nos llevó a cruzar el río en una embarcación rudimentaria como las creadas por Leonardo da Vinci en Imbersago para el río Adda, y a hacer paradas en las granjas: el mejor alojamiento para todo tipo de animales, incluidos los hombres.
Una tarde, en una de ellas el granjero apareció con tres platos de la casa, incluyendo sopa. La mujer los había preparado en una cocina negra y llena de tierra donde se alzaban llamas ruidosas. Uno de ellos consistía en manteca de cerdo ahumado y verduras encurtidas y el otro estaba hecho con carne de cerdo y pimientos del jardín. Los platos iban servidos con abundancia de guindilla, como era costumbre en la zona. No era una casa pudiente, pero había camas supletorias en un ala medio en ruinas.
Después de la comida, la familia se sentó fuera en torno a un brasero de metal. Tras la primera ronda de cigarrillos y té, sentí ganas de ir al baño:
«Cesuo ‘zai Nali?» pregunté, pues era una de las pocas palabras que había conseguido memorizar gracias a su sorprendente similitud con el Italiano (cesso). Las conexiones entre italianos y chinos van de la cocina al baño.
Descubrí que se trataba de una de esas letrinas chinas con baldosas. Me hallaba absorto contemplando la inmensidad del cielo estrellado cuando un gruñido procedente de mis piernas me devolvió a la realidad. Miré hacia abajo y vi el morro de un cerdo junto a mi culo:
«Este cerdo espera con la lengua fuera mi mierda, por lo que he comido la mierda de estos campesinos chinos.»
Mi felicidad dio paso a un repentino disgusto que volvió a transformarse en alegría al darme cuenta de que existía un equilibrio, pues ellos también comerían mi mierda.
Pero entonces, sentí cargos de conciencia: ¡el cerdo se está comiendo a sí mismo! Yo como cerdo, lo cago, él se lo come y luego yo me lo vuelvo a comer. Yo me estoy comiendo mi mierda, pero el cerdo se está comiendo a sí mismo.”
Es un flujo perpetuo de energía. En China funciona así: los restos de comida se recogen y se alimenta con ellos a los cerdos, incluso los restos de carne de su propia especie. Los cerdos se comen a sí mismos. Es como si, hipotéticamente, hubiera un único cerdo que sigue comiéndose a sí mismo para reciclarse y seguir existiendo. Este cerdo no hace más que pasarnos su carne y nosotros se la pasamos a él. Me asalta la duda de si esta comida puede considerarse virtual.
En China esta eterna revolución de las cosas para volver a sí mismas me parece evidente. Las ciudades se destruyen para ser reconstruidas; los templos se hacen ahora de hormigón. Aquí se conserva destruyendo y eso hace que la sociedad sea menos estática que la italiana, por ejemplo, donde las cosas se conservan por cultura.