Desayuno fétido en las Cuevas Acuáticas

desayuno en las cuevas acuáticas

Ocho de agosto, siete de la mañana.

El clima en Fushun es irreal: hace un calor de locura y una humedad exorbitante. El cielo es una mazcla de gris y amarillo y hay polvo por todas partes. Estamos listos para la excursión. Destino: Benxi Shuidong, las cuevas acuáticas más famosas de todo Dongbei. Viajamos a la china, con horarios chinos, compañeros de viaje chinos, olores chinos y, como era de esperar, molestias chinas.

Despierta el alba, doy un trago de leche de una bolsa (sí, aquí la venden en bolsas) y fumo deprisa un cigarrillo, chino también. Esa clase de tabaco muy apreciado (para ellos), pesadísimo y apestoso que te ofrecen cada dos por tres. El objetivo en mi mente es muy claro: remover el intestino para hacer mis necesidades en casa y no en una letrina pública china. Consigo rápido mi propósito: doce minutos en la taza del váter de mi casa y medio kilo de jiaozi fuera. Tiro tres veces de la cadena para que el agua del váter se quede bien limpia.

Digresión: Siempre me he preguntado por qué el agua del grifo – en Fushun – apesta a repollo. Aún no he hallado respuesta.

Me arreglo, cojo mis fieles Rayban que tienen récord de longevidad (doce años y no las he perdido todavía) y espero a que Lin se dé los últimos retoques mirándose al espejo. Bajamos las cinco plantas (el ascensor aquí es un gran desconocido) y vemos que nos espera Xiao Ai (sí, se llama Pequeño Amor), sobrina de Lin y nuestra compañera de de viaje.

Primera etapa de la carrera de obstáculos: salir del Edén del edificio de apartamentos para entrar en el verdadero infierno mandarín, llamar al primer taxi – carro a motor de tres ruedas (hay que ahorrar, por supuesto) y dirigirnos a la estación “Este”. Los chinos adoran los puntos cardinales.

Mientras Lin y Pequeño Amor intentan parar un taxi, yo tengo que esconderme porque los taxistas, que son muy listos, aumentan la tarifa enseguida si ven a un laowai. Pero nosotros somos aún más listos. Así que primero se negocia el precio y luego el laowai puede salir al descubierto y entrar en el vehículo, para gran decepción del taxista. La vida del marido laowai es dura: cada vez que hay que negociar un precio, tiene que esconderse.

Subo al taxi y reina como siempre el silencio. Me siento atrás e irremediablemente, tras un par de minutos sufro el escrutinio del taxista a través del espejo retrovisor. Me mira y ríe. Siempre me pregunto de qué demonios se ríen los taxistas de Fushun. Especialmente mientras me miran. Y sobre todo me pregunto por qué el taxista me mira a mí y no a la carretera.

Tras el minuto de vergüenza inicial, comienzan las preguntas de siempre:

“¿De dónde eres?”

“Yidali”

“Ahhhhh, ¿te gusta China?”

“Sí”

“Ahhhh, ¿es bonita Yidali?”

“Sí”

“Ahhhh”

Por suerte, llegamos a nuestro destino, la estación del Este, donde por dos monedas (desgraciadamente) Xiao Ai compra tortas rellenas.

Maldita torta. Buscamos el autobús y logramos subir a duras penas porque los chinos son campeones del mundo en codazos en el estómago, en la espalda y en las piernas, aunque los asientos estén numerados. Si no empujan y dan codazos no se quedan a gusto. Entro en fase zen con una sola precaución: los codos rígido y un poco hacia atrás con la vana esperanza de que el chino que me empuja se dé por vencido, pero no sirve de nada.

Nos sentamos y esperamos a que el autobús salga, aunque quedan quince buenos minutos. Pequeño Amor nos dice que baja a comprar el desayuno. Yo, educadamente, rechazo su ofrecimiento, pero no hay nada que hacer. Se presenta diez minutos más tarde con tres tortas de huevo, cebollino y no sé qué más, nauseabundas.

Vuelvo a rechazarla. Insisten. Todo el autobús me mira fijamente. Soy el único laowai y seguramente quieren ver cómo mastica la comida un diablo extranjero. Insisten cada vez más. Para contentarlos, doy un mordisco, trago y me invento la clásica excusa de que tengo el estómago un poco revuelto.

De la estación del Este a las Cuevas Acuáticas hay al menos una hora de trayecto. La tipa de la agencia, con un micrófono revienta-tímpanos, grita durante todo el viaje. Mientras tanto, cincuenta y cinco chinos rumiantes engullen de todo: patas de gallina, huevos, manzanas, pepinos, salchichas… Un suplicio para el oído y el olfato.

Por fin llegamos. Otra cola, otro campeonato de codazos, varios selfies de costumbre con chinos que ven por primera vez a un extranjero y…¡a las cuevas!. Un espectáculo de luces y agua que durará demasiado poco.

El infierno nos espera fuera.

Photo Credits: Creative Commons License Jim Driscoll by Crepe

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Consigue 3 Meses GRATIS con EXPRESS VPN

+ La mejor VPN para China
+ Garantía de 30 días
+ Servicio de asistencia al cliente 24/7
+ 3 meses gratuitos en el plan anual

Scroll al inicio