Beijing diez años después

Después de más de cinco años viviendo en la capital china, hoy es la última noche que pasaré aquí antes de regresar a Barcelona mi ciudad natal. Todo está listo, he dejado mi piso, he enviado toda la porquería que acumulado durante estos años y me he despedido de todos los amigos y conocidos. Así que esta noche es para mí, ¡sólo para mí!

Para despedirme de la que ha sido mi casa durante estos años decido hacer un largo paseo por una de mis zonas preferidas de la ciudad, el barrio de Gulou o de la Torre del Tambor.

El barrio de Gulou es un barrio vibrante y único en el mundo, un laberinto de callejuelas que ofrecen una mezcla de tradición y modernidad difícil de imaginar si no lo ves. Las casas tradicionales de este barrio, tan difíciles de ver en la Beijing actual, han tenido fortunas muy dispares. Algunas están destartaladas y parece que el tiempo se ha detenido para sus habitantes, otras han sido reformadas y ocupadas por la elite, otras se han convertido en locales modernos de cierto nivel, en tiendas para turistas, cafés «alternativos» e incluso algunas acogen lo último de la escena underground.

Mientras recorro una calle oscura evitando ser atropellado por un silencioso triciclo eléctrico que lleva bombonas de gas, empiezo a recordar la primera vez que pise esta ciudad, en 2005, ahora hace ya diez años.

Después de años recorriendo Europa en tren, en verano de 2005 decidí que quería expandir mis horizontes y empecé a buscar vuelos baratos para fuera de Europa sin un destino concreto. El caprichoso destino decidió que Beijing fuera el vuelo más barato que encontré.

Al contrario de lo que sucede ahora, en 2005 el fenómeno blogger no estaba tan extendido y era difícil encontrar en internet buenas guías para viajar a China, así que tomé el avión con solo una reserva de una noche de hostal y sin tener la más remota idea de lo que me encontraría en ese país que nunca me había imaginado que iba a visitar algún día. La experiencia fue tan buena que decidí volver al cabo de unos años para vivir. Lo que me pregunto ahora es, si hubiera hecho este viaje hoy en día el resultado habría sido el mismo.

La Beijing de 2005 no tenía nada que ver con la megalópolis actual, en ese momento China no atraía ni de lejos la cantidad de turistas extranjeros que acoge ahora y mucho menos de trabajadores. Para tener una idea aproximada de lo que era Beijing en ese momento uno tendría que viajar a ciudades de tercer nivel como por ejemplo Zhengzhou y Shenyang, aunque estas ciudades también se están «modernizando» a velocidad de vértigo.

En 2005 se podía caminar por muchas partes de la ciudad durante horas sin cruzarse con un diablo blanco y uno se sentía observado a cada paso que hacía. Ahora mientras camino por la destartalada callejuela ya me he cruzado con varios grupos de occidentales y los lugareños ya no me prestan ninguna atención. En diez años he pasado de ser un mono blanco de circo que se pasea por la ciudad a ser un anónimo habitante de una gran metrópolis.

No solo eso, diez años atrás la hospitalidad de la ciudad era extrema incluso a veces un poco agobiante. Cualquier problema que tuvieras había multitud de gente dispuesta a ayudarte. Ahora es muy diferente y el trato muchas veces es de cierto recelo con los extranjeros. Es algo que puedo entender, ya que muchos extranjeros han abusado de esta hospitalidad ya demasiado tiempo y la actitud nacionalista del nuevo gobierno tampoco ayuda.

Siendo un adicto al café, recuerdo que la primera vez que pisé la ciudad era bastante difícil encontrar mi dosis diaria para sobrevivir. Normalmente nos tocaba buscar hoteles de cinco estrellas o incluso a alguna vez nos tocó enseñar cómo usar la máquina de café a la pobre camarera del nuevo bar «cool» de la zona. Hoy durante mi paseo ya me debo haberme cruzado como diez cafeterías de inspiración coreana y unos otros tantos Starbucks.

Diez años atrás incluso los timadores (mejor dicho timadoras) en busca del turista extranjero despistado eran mucho más amables. En 2005 mi compañero de viaje y yo caímos en el que ahora se conoce como el timo del té, donde unas supuestas estudiantes con el pretexto de que quieren practicar inglés se acercan a ti y sin saber cómo acabas en una casa de té, con una factura de un par de miles de Yuan (más de 200 euros) y varios chinos mirándote amenazadoramente. Cuando las dos estudiantes se nos acercaron en 2005, después de hablar con nosotros largamente, nos preguntaron si teníamos hambre y si nos apetecía comer con ellas. Para nosotros que hacía unos días que buscábamos un lugar para degustar el famoso pato Pekín, nos pareció una buena idea ir a comer con ellas. Sí, la comida fue bastante mucho más cara de lo normal y ellas nunca tuvieron ni la mínima intención de colaborar con la cuenta. Sin embargo, nos pusimos las botas, degustamos el Pato Pekín y platos que nunca habríamos probado si no fuera por ellas. Definitivamente una velada no extremadamente cara y para nada desagradable.

Miles de otras comparaciones me vienen a la mente recordando toda mi historia con esta ciudad, mientras me despido de sus calles intentando contener las lágrimas. Mañana será otro día y estaré disfrutando del mar, el cielo azul y el sol que calienta pero no te abrasa.

Finalmente decido saborear unos deliciosos jaozi (dumplings) callejeros antes de irme a dormir, y el último pensamiento que me viene es de pena. La ciudad cándida y acogedora que me enamoró en 2005 se ha convertido en una ciudad fría y «moderna» que ha perdido gran parte de su encanto. Sin embargo, Beijing será siempre mi segunda casa, una ciudad caótica que nunca deja de sorprenderte, una ciudad que cada día puedes encontrar un plato delicioso para probar y definitivamente una ciudad que echaré de menos.

Photo Credits: Photos by Sapore di Cina