¿Cuántas veces habéis oído decir que “en China se comen a los perros”?
Es totalmente cierto, pero hay que hacer algunas aclaraciones: No es algo tan generalizado como se cree en Occidente y el festival de la carne de perro de Yulin, en la provincia de Guangxi, es objeto de controversia y polémica.
A pesar de los intentos de varias asociaciones animalistas (¡y no son las únicas!) por detenerlo una vez más este año, durante los primeros días de mayo, cuando suele festejarse la primavera y el renacimiento de la vida, acuden a la ciudad china restaurantes y consumidores dando paso a una horrible carnicería. Se consumen entre 10.000 y 15.000 ejemplares en los 10 días que dura el festival; los pobres animales tal vez prefieren terminar cocinados a permanecer encerrados en macabras jaulas.
Los organizadores insisten en que no hay diferencias entre el consumo de carne de cerdo, de pollo o de perro, incidiendo además en sus beneficios para la salud. Los periódicos chinos hablan del evento como si fuera un hecho puramente cultural, sin reconocer en modo alguno la condición individual de los pobres Rex, Lilly, Argo o Luna, y calificando de obsesión las críticas vertidas por la opinión pública occidental.
Es inevitable que la idea de comerse al mejor amigo del hombre genere tanto disgusto y malestar; y sin embargo no es muy diferente de lo que provocamos en los americanos al decir que en Europa se consume carne de caballo; en la mayor parte de Estados Unidos está prohibido alimentarse de equinos; sin ir más lejos, en la respetuosa y tranquila Suiza, ninguna ley federal impide consumir animales domésticos como perros o gatos.
Así que quien esté libre de pecado, ¡que tire la primera piedra!
Dicho esto, para dejar que los lectores puedan almorzar con la mente despejada y el estómago tranquilo, veamos la otra cara de la moneda, una auténtica ley de represalia canina: el amor repentino y agobiante que los cada vez más numerosos amantes de los perros en China, con Hong Kong a la cabeza, profesan a sus mascotas.
La leyenda cuenta que el perro pequinés (que comparte nombre con la capital) era fruto del amor entre un león y una mona; esta raza se encuentra entre las más antiguas del mundo y era amada y mimada por los emperadores del Imperio Celeste, los únicos que tenían derecho a poseer a estos pequeños perros de compañía, venerándolos como criaturas sagradas hasta el punto de hacer que sus súbditos se arrodillaran a su paso. Se dice que los perros imperiales tenían el poder de ahuyentar a los espíritus y perfumaban el ambiente de jazmín; quien tenga experiencia viviendo con estos cariñosos animales, no podrá más que envidiar a los emperadores…
Todo cambió en los años 50, en plena revolución cultural: el perro se convirtió no solo en el símbolo del pasado imperial del que se renegaba sino de la odiada burguesía occidental. Incluso el mejor amigo del hombre fue víctima de la lucha de clases.
A principios de los años 90, la situación del perro empezó a cambiar: la nueva China rehabilitó su figura, llevándola a excesos impredecibles. En 2012 un enorme mastín tibetano, llamado Emperor, no por casualidad, llegó a costar la sonrojante suma de 10 millones de Yuan (un millón trescientos mil euros aproximadamente).
No es de extrañar que en Hong Kong los perros sean amados, mimados y tratados como bebés, aunque no sea una ciudad adaptada para perros. En muchos apartamentos se les prohíbe el acceso y si son admitidos, los dueños deben seguir reglas muy restrictivas. En caso de que algún vecino se queje, se les obliga a llevarse al perro a toda prisa.
Si a eso añadimos la falta total de espacio interior y exterior, ser dueño de un perro en la ciudad vertical es una auténtica proeza. Y aquí viene lo mejor. Poseer un perro es símbolo de estatus a todos los efectos, mucho más refinado que el último bolso de marca o el smart-phone que acaba de salir al mercado.
Tener un perro muestra a ojos del mundo que nuestra casa es lo bastante grande para acogerlo, que podemos proporcionarle sustento y que estamos en contacto con las costumbres occidentales. Y poco importa si en la mayoría de los casos, el animal está al cuidado de la helper, como se suele llamar a la empleada doméstica, y los dueños apenas comparten su tiempo con él (trato reservado también a los niños pequeños).
A su vez, hay muchísimos casos de verdaderos amantes de los perros que sobrepasan incluso nuestra imaginación.
En la zona sur de la isla de Hong Kong, entre Repulse Bay y Stanley, se puede asistir cada fin de semana a un espectáculo inusual.
Perritos vestidos como estrellas de cine, con lacitos de brillantes y vestidos a medida (con bolso porta-perros rigurosamente a juego); perros de tamaño medio en cochecitos, con gafas de sol y sombrero para los días de más calor; perros de montaña y San Bernardos jadeantes, incapaces de adaptarse a un clima tan hóstil, pero con petaca al cuello (para usar tal vez en caso de congelación o avalancha…); en los restaurantes frente al mar se los puede ver sentados en unas especies de taburetes disfrutando de la comida de los domingos, compartiendo palillos con sus dueños, indiscutiblemente orgullosos de la educación impartida a sus amados y fieles compañeros.
En las zonas residenciales brotan por doquier tiendas con accesorios de último grito, auténticas boutiques alimentarias con especialidades de temporada que harían la boca agua a cualquier ser humano (incluso helado producido especialmente para los animales. No hace falta añadir que todos los productos son orgánicos y proceden de cadenas de suministro controladas) o salones de belleza llenos de espejos (¿para los más vanidosos?) con balnearios anexos que proponen masajes antiestrés.
Por lo general, los clientes suelen ser personas jóvenes y en pareja; hay pocas familias con niños, a excepción de occidentales. La posibilidad de que al aumentar la prole el fiel animal sea confiado al personal de servicio es bastante plausible. No sería de extrañar que el mejor amigo del hombre esperara con ansia que se ampliara la familia para ser liberado de estas formas de antropización forzosa y no deseada.
Saludos desde Hong Kong, donde ya es mañana.
Photo Credits: Photos by Niccolini Serragli
Hola, me voy a China a trabajar y me llevo a mi perra. Sé que, y esto es información para el que la necesite, entrando por Shanghai tiene que pasar 7 días en cuarentena. Yo me voy a Guangzhou, lo que significa que tengo que pasar 7 días allí de vacaciones que no me puedo permitir, y luego llévala desde allí a Guangzhou que son 15 horas por carretera.
La pregunta es la siguiente. Si voy a Hong Kong, allí no es necesaria la cuarentena si el perro lleva todo en regla y sus certificados correspondiente de salud, puedo meterla en China por carretera desde Hong Kong?, si es así, que trámites necesito, qué me van a pedir, neceistará hacer la cuarentena?
Muchas gracias.
Hola Alvaro la normativa concreta no la sé exactamente (yo conozco el proceso contrario) y puede variar de una provincia a otra. Si entras por Hong Kong en la frontera Hong Kong Shenzhen seguramente tendrás el mismo problema.
¿No tienes opción de que te manden la perra una vez cumplida la cuarentena sin tener que quedarte en Guangzhou?